domingo, 16 de diciembre de 2007

Cuentos desde la Alhambra


Huyendo de la rutina y aprovechando una serie de casualidades benefactoras llegué a la ciudad de los califas, del agua danzarina, las cuestas empedradas y las tiendas hippies. Conté con unos amigos que me ofrecieron un hogar y su compañía a partir de la tarde, así que por la mañana me dediqué al autohomenaje planeado, poniedo a prueba todos esos comentarios tan alentadores sobre uno de los rincones más hermosos de España. Y sin duda puedo decir que Granada no sólo no me defraudó, sino que me dejó con un regusto dulce del que se desea repetir.
Disfruté efimeramente del placer de perderme por las callejuelas del Albahicín, marché alegre por el Paseo de los Tristes, deteniéndome, eso sí, en cada puesto, en cada tetería, pregunté a la gente sólo por escucharles hablar, desafié a la lente de mi cámara con la Alhambra y hasta cogí un poquito de color tomando el sol en el mirador de San Nicolás mientras escuchaba a los cantaores.
Eso sí, en diciembre en Granda se congelan hasta los suspiros, así que recomiendo a los enamorados y similares llevar la boca cubierta, aunque sea por otra boca.